Hace muchos años un amigo al que he perdido la pista fantaseaba con tener decenas de hijos. Se imaginaba como gran patriarca con la progenie repartida por el mundo, aunque en ocasiones señaladas esta regresaría a sentarse, quizá con centenares de nietos, a la mesa familiar. No solo le producía placer la idea de ser el padre de todos esos hijos que lo querrían y –sospecho– admirarían, también la de que sus genes se fuesen extendiendo por la Tierra como las tribus bíblicas. Mi amigo quería ser viral antes de que existiese el concepto. (…)