Bonus track 3

Era un bar de mujeres y hombres solos. Compartían un espacio, es verdad, una terraza con sillas tambaleantes y mesas descuadradas, pero ninguno habría dicho que estaba allí por la compañía, ni acompañado. Un festival de dientes amarillos o faltantes. Las voces parecían mezcladas con flemas y líquidos que se quedaban atorados en la garganta; conseguían escapar a duras penas de esos filtros viscosos y se diría que salían de las gargantas empapadas en ellos. Se escuchaban golpes en las mesas. Las risas producían alegría, sí, pero de ésa que nadie quisiera para sí mismo: una alegría que se recrea en hurgar en llagas ajenas. También en las propias: el placer de desprender una costra de una herida que aún no se ha secado del todo, el de hacerse una incisión en el interior de los muslos, el de arrancarse un padrastro de un mordisco. El alcohol era barato. No era bueno ni se esperaba que lo fuese. Si algún pretencioso hubiera metido la nariz en una copa para disfrutar el aroma, o si hubiese dado un pequeño sorbo para distinguir el retrogusto del vino, le habrían cogido entre todos, unos por los pies, otros por las manos, y arrojado al canal. El canal, por cierto, cien metros de agua estancada en la que se corrompían los residuos procedentes de las casas vecinas, había sido el destino de más de un parroquiano que no se comportó como debía. O no como les gustaba a los otros. O sí pero qué más daba: es divertido ver caer el cuerpo, hundirse, volver a asomar, las manos palmeando el agua como lo harían las de alguien que se ahoga, la boca escupiendo restos agrios. El canal no cubría más de un metro. Nadie se ahogó allí jamás. Si había algún cadáver, llegó ya en ese estado.

El viejo dijo que su chico era un buen chico. En voz muy alta y a nadie en particular, como esperando que alguien se atreviera a desmentirle. Y también dijo que la mano dura es necesaria: sin una guía fuerte las plantas se tuercen, se inclinan hacia donde empuja el viento, y un chico siempre crece expuesto a vendavales. El viejo se conmovió recordando algunos momentos de su convivencia con Arnoldo, momentos en los que había sido fundamental la guía paterna. Estaba seguro de que su hijo, en el fondo del corazón, le estaba agradecido.

El viejo sacó de un bolsillo un papel que planchó sobre la mesa con la palma de la mano. Aileen, o Ayleen, o Ailín o algo parecido, a quién le importa cómo se escribe su nombre si ninguno de sus amigos lo escribirá jamás, se sentó a su lado, se tambaleó sobre la silla plegable de madera, anclándose a la mesa con las dos manos. Ésa es la chica que buscan: es una terrorista, dijo, y el viejo ladeó la cabeza como un loro. Ahora que me fijo, sus ojos redondos y de pupilas pequeñas, la nariz ganchuda, la cabeza ladeada, el pelo gris despeinado, sugieren esa asociación con algunos psitácidos. Pone bombas, dijo la mujer, pero el viejo detuvo tanta estupidez afirmando, con el índice levantado hacia el cielo, no juzgues y no serás juzgado. Es la compañera de mi hijo, estamos muy apesadumbrados por su desaparición. Ella escrutó su rostro buscando la confirmación de que se trata de una broma pero el viejo dibujaba con la boca un gesto compungido que parecía auténtico. ¿Tu hijo sale con terroristas?

Es una buena chica. Quién no ha cometido errores en su vida. Pero sus manos no están manchadas de sangre. Es una conspiración, contra ella y mi familia. El gobierno nos vigila. Nunca te fíes de lo que dicen. Nos mienten. Nos engañan. Nos ocultan lo importante. Hazme caso, sé de qué hablo.

El viejo apoyó en el centro de la fotografía, justo entre los labios de la joven, el índice con el que antes había señalado el cielo. Si no la encontramos pronto… Quién sabe. La policía no conoce la piedad. ¿Has visto los perros que tiene? Entrenados para matar.

Ella seguía sin estar segura. En realidad, poseía una información que podría ser útil, pero ¿por qué se la va a dar? ¿Le ayuda alguien a ella? ¿Se preocupa alguien por sus problemas? Introdujo los dedos de las dos manos entre su basta cabellera pelirroja para ahuecarla y para hacer tiempo, como esos perros que cuando no saben si acercarse a recibir una caricia o salir huyendo se sientan a rascarse el cogote con una pata.

Pero es difícil ser depositaria de una información importante y guardarla para sí, renunciar al glorioso momento de la revelación.

Esa chica…

Ayleen nota cómo la cabeza aviar del viejo se gira hacia ella despacio. Ella abre los labios pero solo deja escapar el aire. Tiene que contener la sonrisa de satisfacción.

¿Esa chica? ¿Ibas a decir algo sobre ella?

Me suena, su cara es familiar.

Le iban a temblar las manos, o tendría que levantarse y eso estropearía el momento: ese momento en el que toda la atención del viejo estaba concentrada sobre sus labios.

¿La has visto, mi querida Ayleen? ¿Sabes algo que podría ayudar a este anciano preocupado?

Ella respondió con un mohín que podría significar cualquier cosa; por ejemplo, podría significar: quizá sí, pero qué saco yo a cambio.

La garra del viejo se posó cuidadosa sobre el antebrazo de la mujer.

Ayleen, cariño.

Creo, no estoy segura, es solo como un recuerdo poco claro.

Sigue.

La he visto a veces con un chico, AM.

¿AM es un nombre?

Yo era vecina de sus padres. Una familia muy unida.

No hay nada tan hermoso como una familia unida por los vínculos del amor.

En la mesa de al lado brotó una risotada, después una maldición y hubo forcejeos e insultos y aplausos de los circundantes, agradecidos por un suceso que los sacaba de la rutina. A pesar de todo, los ojos del viejo no se separaron del rostro de Ayleen, tan pegados a él como si en lugar de mirarla la estuviese palpando con ellos.

Y esa chica está con AM. Y él vive… ¿quieres saber dónde vive?

Nada me gustaría más, mi amor, pero antes de decírmelo, quizá podrías aclararme una duda, disipar una inquietud.

Ella se recolocó nerviosa sobre la silla. El gesto exageradamente amistoso del anciano anunciaba algo desagradable. Ahora el protagonismo la asustaba más de lo que la halagaba, como si fuese una actriz sobre el escenario que se acaba de dar cuenta de que no recuerda su papel.

angeles-corte4Si sabes todo eso, querida Ayleen, ¿por qué no has ido a ofrecer la información a nuestras autoridades, que te darían por ella una generosa recompensa?

Ayleen tiró del borde la falda hacia las rodillas.

No puedo, dijo.

No puedes.

No puedo ir a las autoridades. Asuntos pendientes, unos malentendidos. Asuntos muy viejos.

Pero que no han prescrito, según entiendo. Y tampoco te ha parecido conveniente poner esa información en manos de alguno de nuestros compañeros –hizo un gesto amplio del brazo abarcando la terraza del bar-, ¿es así? Ajá. Pero sabes que de mí te puedes fiar.

Ayleen asintió sonrojándose. Después señaló a lo lejos.

El viejo giró la cabeza para descubrir que el índice de uña lacada y rota mostraba un edificio alto, no de los más recientes, tampoco de los más antiguos, del lado del puerto.

¿Y allí vive ese chico…?

AM.

Allí vive AM con la joven. Mi pobre Arnoldo se va a llevar un disgusto. Es un joven muy celoso.

No sé, él sí que vive allí, me lo dijo su madre. Le han prestado un apartamento.

La gente es muy generosa con sus propiedades.

Pero no sé si ella está ahí con él.

¿Y no has querido acercarte a comprobarlo? ¿Hacer una visita al hijo de tus antiguos vecinos?

No es un buen barrio.

Demasiado cerca del puerto, ¿verdad? Pero antes, te hablo de no hace tanto tiempo, había de todo. Cines, bares, tiendas, yo he paseado por allí. Nunca estaba a oscuras. En esta ciudad no se ponía el sol. Algún día, Ayleen, volverán los buenos tiempos, y tú y yo pasearemos cogidos de la mano por las calles y veremos nuestro reflejo en los escaparates. ¿Me crees?

Ayleen se quedó con la boca abierta, asintió, volvió a sonrojarse.

Así es. Todo va a mejorar muy pronto. Vamos a asistir al nacimiento de tiempos felices. Tan felices que no te lo vas a poder creer. Lo mejor está por venir. Cuando un día vuelvas la cabeza hacia el pasado te parecerá increíble que la vida haya sido tan dura. Mi querida Ayleen, está a punto de empezar una época espléndida.

Y de pronto el viejo se calló. Se acababa de dar cuenta de que Ayleen estaba llorando en silencio.