indexLeyendo con perplejidad Zero K (no sé si ha salido en español y no tengo ganas de mirarlo ahora), de DeLillo. La sensación de haber consumido una droga que me impide entender del todo lo que sucede a mi alrededor. Percepción distorsionada. Y en el centro, la muerte, el famoso túnel que se supone tiene una luz al final, pero aquí parece iluminado por lámparas de neón.

Acabo también las Noticias de ninguna parte, de W. Morris. Interesante por lo que revela de su visión del mundo; como novela, empalagosa y repetitiva.

Conversación con P. sobre la próxima presentación de La seducción. Me he dado cuenta, también hablando con periodistas, de que algunos no entienden el final. Y también me he dado cuenta de que no importa tanto. Aunque es verdad que, en cierto sentido, cuando cierran el libro han leído una novela distinta de la que yo he creído escribir. Sin embargo, ambas novelas comparten, creo, los rasgos esenciales.
Y no puedo saber cuál de las dos novelas es mejor.

Mi padre está otra vez en el hospital. El acontecimiento ha dejado, por su repetición y por lo esperado, de ser acontecimiento, y se convierte en un momento de su vida como cualquier otro. En realidad, la vida en la residencia no se distingue tanto de la vida en el hospital. Ya no hay lugar para lo imprevisto ni para el deseo, y la amplitud de ese lugar es la que establece hasta qué punto estamos vivos.

Hablando con A. B. hace tiempo sobre la muerte, opiné que vivir deja de merecer la pena cuando lo que haces ya no aporta nada a tu biografía (hice esto, di aquello, intenté lo de más allá) y sólo es parte de la biografía de los demás (lo cuidé y atendí, interrumpió mi vida, me ató). Esto es, cuando vivir es ya sólo espera involuntaria (si es voluntaria, si aún hay deseo, puede tener un valor la vida). No estoy seguro de tener razón. Aún no he estado ahí y sólo puedo juzgar desde fuera, desde lo que es necesariamente un prejuicio.

Me imagino paralítico, imposibilitado para salir de la habitación de una residencia. Incapaz de escribir. Sin ninguna esperanza de cambio. ¿Habría algo que me hiciese aferrarme a la vida, aparte del miedo al vacío? Quizá sí, quizá siga produciendo alegría ver amanecer. O escuchar la voz de E., saber que ella continúa ahí y que está bien. Vivir no por lo que yo pueda hacer ni dar, sino por la alegría de ser testigo de lo que sobrevive fuera de mí.

Solicitamos una subvención para el documental. Estoy seguro de que no nos la van a dar.
¿Qué desearía ser si volviera a nacer?, me han preguntado durante algunas entrevistas. La próxima vez ya sé qué responder: optimista.

Un comentario en “La muerte y el optimismo

  1. La vida vale la pena vivirla mientras se le encuentra sentido. Un libro que leí y que me marcó mucho-hace años- fue «El hombre en busca de sentido» de Viktor E. Frankl- el creador de la logoterapia-. Es una narración alucinante de un médico que encontró ese sentido en un campo de concentración, en condiciones infrahumanas: reescribir el libro que le habían destruido los nazis cuando se lo encontraron- ese «sentido»- ese «propósito» le dieron las fuerzas, le crearon la «resiliencia» suficiente para seguir pensando que «la vida era bella».

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