Semana de ajetreo poco productivo. Médicos, gestiones, papeleos, esas cosas que recortan los días, necesarias a la vez que molestas. Uno no quiere hacerlas, quiere haberlas hecho.
Esta semana apenas he escrito en el diario. Los días desaparecen sin dejar rastro ni recuerdo. Intento rememorar las cosas que he hecho los últimos días y me encuentro con un vacío, con una sucesión de fechas sin historia. De pronto me quedo perplejo al darme cuenta de que la presentación de La seducción ha sido esta semana, no hace ya varias.
Cuando hago una presentación, siempre temo que no venga nadie, o que sólo vengan cuatro o cinco amigos. Cuando me preguntan en entrevistas si tengo miedo a la página en blanco debería responder que sólo le temo a la sala vacía. De la página puedo encargarme yo solo.
Viaje a Luxemburgo. E. viene conmigo. Encuentro en la Escuela Europea con alumnos de los dos últimos cursos. Me causan una excelente impresión. Hacen muchas preguntas y no son sólo dos o tres de ellos los que las hacen. Se les ve interesados, atentos. Y me ponen en apuros para contestar algunas de las preguntas, que no se limitan a las habituales. Les interesa mucho la relación de mi escritura con el mundo –política, sociedad, economía-.
Y apenas tres horas después, representación de Qué raros son los hombres. Quedo contento en general, sobre todo con el tercer monólogo. Pero se me traba la lengua en tres o cuatro ocasiones y me da una rabia enorme. Mi memoria funciona muy bien. Y mi ego se queda satisfecho: sala llena (al menos setenta personas).
Paseo con E. por Luxemburgo. Bajamos al Grund. Bebemos cerveza, comemos gulash. Mañana agradable. A veces, cuando pasamos cerca de los edificios en los que trabajé cuando era intérprete se me hace extraño que aquello haya sido mi vida. Lo recuerdo -y de hecho me llegan a la memoria imágenes y situaciones en las que no había pensado desde hace años-. Pero es como si le hubiese sucedido a otro. Mi propia vida como si fuese un acontecimiento ajeno.
Coloquio en el Festival de las Culturas y la Emigración de Luxemburgo. Bien, estoy muy tranquilo. Voy improvisando alrededor de los motores esenciales de mi literatura. Turno de preguntas poco intenso. Firmas.
A la mañana siguiente, en el hotel, escribo un artículo de viajes que me habían pedido para la revista Piedras Lunares. Hacía mucho que no me pedían un artículo de viajes. Tomo un texto que escribí hace años, cuando estuve en Madagascar, el único que no publiqué de todos los que escribí sobre aquel viaje. Es un texto en el que hago un papel algo ridículo, plañidero, mezquino. Y me interesaba ese aspecto de la literatura de viajes: lo que dejamos fuera, lo que silenciamos, lo que queda fuera de la fotografía exótica o épica. Lo suprimido; lo reprimido. Así que escribo una introducción hablando sobre esa cuestión y añado el texto inédito. Por supuesto, en casos así, como también en los fragmentos que publico de este diario, se plantea el tema del pudor.
Lo que me interesa es el texto, su valor literario, lo que se descubre en él, que no soy sólo yo, o no debo serlo, sino también el reflejo de los lectores, los puntos ciegos del espejo en el que miran sus vidas. Un texto que se limita a ser monólogo es un texto fallido. (Aquí surge una contradicción que no he resuelto: mi diario es monólogo, y hasta hace poco lo guardaba para mí. Pero ahora publico alguno de sus fragmentos. ¿Cómo se compagina esto con lo escrito más arriba? Hum. Reflexionar sobre ello. Intentar entender lo que estoy haciendo).
Cuando salga mi relato en el volumen Drogadictos de Demipage, que puede parecer particularmente impúdico, si participo en alguna entrevista o rueda de prensa o coloquio, me esforzaré en defender precisamente el texto: no hablaré de mí, no aceptaré preguntas sobre mi intimidad, sino sólo preguntas centradas en lo escrito. La separación es difícil, pero creo que posible.
Primera entrevista, con David y Sara, sobre drogadicciones en Radio 3. Y, claro, sale el tema del pudor, de lo íntimo, de la curiosidad del lector por la experiencia personal. El tema, del que también hablo en mi texto, de cómo me mirará la gente después de leerlo. Para muchos lectores, la ficción es siempre una forma de autoficción oculta.