De mi diario (1)

Hubo un tiempo en el que era existencialista, aunque realmente no sabía lo que era el existencialismo. Más bien, no sabía lo que eran los existencialismos. Pero me parecía suficientemente trágico, torturado, intenso, como para que fuese el blasón de mi bandera privada.

Leo que Richard Cohen, autor de Comprender y sanar la homosexualidad, afirma que ésta es un producto de traumas sin resolver. ¿No está dando más bien la definición de la palabra “vida”?

Me preguntan sobre José Luis Sampedro para un homenaje de El Cultural. Lo primero suyo que leí fue un libro de estructura económica, que llamábamos “el Sampedro”, como si fuese su única obra. Después, Octubre, octubre, La sonrisa etrusca y Monte Sinaí. El que mejor recuerdo, y el único que releí, es este último. Me pareció muy atractivo que un autor contase sin aspavientos, sin truculencias, sin dramatismos innecesarios, una experiencia hospitalaria que debió de ser traumática, y en la que intuyó la cercanía de la muerte. En un contexto y con un alcance muy diferente, es lo que me impresionó de La Tregua, de Primo Levi. La capacidad de evitar el énfasis, para poder fijarse en los detalles que quedarían ocultos bajo cualquier forma de grandilocuencia.

OLYMPUS DIGITAL CAMERALeyendo El año del desierto, de Pedro Mairal. Qué bien escribe. Encuentro una y otra vez frases que podría utilizar en un curso de escritura para mostrar que buena parte de la calidad literaria de una obra tiene que ver con la capacidad para revelar detalles –de la trama, de la atmósfera, del espacio, de los personajes, de las ideas-. En una escena, la protagonista va al circo y no aplaude porque tiene las manos muy estropeadas por el duro trabajo que ha empezado a realizar –limpiar los dormitorios en los que pernoctan cientos de emigrantes que van a embarcar al día siguiente-. Cualquier escritor medio bueno usaría esa imagen y se quedaría contento: la pobre no aplaude porque le duelen tanto las manos; ¿no expresa esto la situación de la chica?. Pero Mairal añade un pequeño giro: la joven finge aplaudir pero no lo hace porque le duelen las manos. Y así no sólo sabemos lo duro que es el trabajo, también averiguamos de pronto un rasgo importante del carácter de ella; la vemos cobrar relieve, densidad.
Algo así se puede mostrar en un curso de escritura, pero no sé si se puede enseñar. Esto es, los alumnos lo leerán y se maravillarán y, sin embargo, es muy probable que no aprendan a hacerlo. Porque esta habilidad no tiene tanto que ver con la técnica –sí, un poco, sólo un poco- sino más bien con la inteligencia concentrada en la narración.

No me gustaría ser actor profesional. Mucho menos en España. Los veo en esas series que pretenden ser cómicas y resultan idiotas, haciendo de comparsas en concursos infantiloides, actuando en folletines acartonados. Imagino que muchos de ellos desprecian los papeles que tienen que interpretar, pero se ven obligados a hacerlos no sólo para comer, también para ser más conocidos y que les ofrezcan papeles interesantes o para poder sacar adelante proyectos propios. Los escritores, a pesar de todo, estamos sometidos a menos humillaciones

 

2 comentarios en “De mi diario (1)

  1. Es un buen comienzo. A mí me parece que esto es un blog-aunque digas que no lo es- porque vas a hacer entradas periódicas semanalmente, porque estarás expuesto a la inmediatez, porque verás que en unas cuantas semanas, revisarás tus escritos para ver por dónde sigues.
    Yo creo que se puede «enseñar a escribir», mostrando -o haciendo ver- lo que han empleado los escritores que se eligen como ejemplos y también quizás a publicar. La mayoría de los talleristas quieren ser leídos. Y me parece un propósito muy loable.

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